Palacio del Licenciado Butrón
En cambio, con
su hermano Ignacio, con quien solía encontrarse diariamente al
anochecer, Bernardo no mostraba esas confianzas. Al contrario, se
esforzaba en comparecer ante él con el decoro y la respetabilidad que
siempre habían adornado a la familia Salcedo. Ignacio era el espejo en
que la villa castellana se miraba. Letrado, oidor de la Chancillería,
terrateniente, sus títulos y propiedades no bastaban para apartarle de
los necesitados. Miembro de la Cofradía de la Misericordia, becaba
anualmente a cinco huérfanos, porque entendía que ayudar a estudiar a
los pobres era sencillamente instruir a Nuestro Señor. Pero no
solamente entregaba al prójimo su dinero sino también su esfuerzo
personal. Ignacio Salcedo, ocho años más joven que don Bernardo, de
cutis rojizo y lampiño, visitaba mensualmente los hospitales, daba un
día de comer a los enfermos, hacía sus camas, vaciaba las escupideras y
durante toda una noche cuidaba de ellos. Por añadidura, don Ignacio
Salcedo era el patrono mayor del Colegio Hospital de Niños Expósitos,
que gozaba de prestigio en la villa y se sostenía con las donaciones
del vecindario. Pero, no contento con esto, con su quehacer profesional
en la Chancillería y sus buenas obras, don Ignacio era el vecino mejor
informado de Valladolid, no ya sobre los nimios sucesos municipales
sino de los acontecimientos nacionales y extranjeros. Las noticias
últimamente eran tan abundantes que don Bernardo Salcedo cada vez que
recorría las calles Mantería y del Verdugo, camino de la casa de su
hermano, iba preguntándose: ¿Qué habrá sucedido hoy? ¿No estaremos
sentados en el cráter de un volcán? Porque don Ignacio era crudo en sus
manifestaciones, nunca las atemperaba con paños calientes. De ahí que
don Bernardo, aun mostrándose poco aficionado a la política, a los
problemas comunes, estuviera puntualmente informado de la lamentable
realidad española. La inquietud creciente de la villa, la hostilidad
popular hacia los flamencos, la falta de entendimiento con el Rey, eran
realidades manifiestas, hechos que, como bolas de nieve, iban rodando,
aumentando de volumen y amenazando avasallar cuanto encontraran a su
paso. Hasta que una tarde de primavera una de ellas reventó, por más
que la voz de don Ignacio no se alterase al referir los acontecimientos.
Libro I, IV (130-131)
ISBN: 84-395-9839-4
ISBN: 84-395-9839-4
Miguel Delibes
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